Multiculturalismo Y Globalización

Cultura, identidad colectiva, multiculturalidad y globalización.



• Cultura 

Cultura es todo en cuanto a una sociedad determinada se adquiere, aprende 

y se puede transmitir. La cultura se refiere a todo el conjunto de la vida social 

desde los basamentos tecnológicos y las organizaciones institucionales hasta las 

formas de expresión de la vida del espíritu, todo ello considerado como un orden 

de valores que dan una cierta calidad humana al grupo. 

La cultura abarca técnicas, normas, pautas sociales y sistemas de valores 

generados a través del desarrollo histórico del grupo; incluye lenguaje, 

organizaciones, sistemas sociales, económicos, políticos y tecnológicos, así como 

todas las resultantes de actividades humanas no ingénitas, tales como casas, 

alimentos, vestidos, máquinas, etcétera. 


Cada sociedad genera sus propios patrones, de acuerdo con sus necesidades, 

por ejemplo, normas, modos de vida, ideología, etcétera. Dentro de cada territorio 

se desarrollan culturas como la maya, la mixteca, la zapoteca, la purépecha y 

otras pertenecientes a mesoamérica, los patrones culturales se transmiten de 

generación en generación y se les denomina herencia cultural; ésta sólo se da por 

la presencia del hombre. 


• Identidad Colectiva 

La identidad colectiva se refiere al conjunto de elementos culturales (creencias 

deseos, propósitos, etcétera) que comparten determinado grupo, los cuales 

permiten a sus integrantes identificarse. 


José del Val Blanco, establece seis proposiciones básicas dentro del ámbito 

de la identidad: 

 Manera que no existe individuo o grupo que no participe en la identidad. 
Pertenencia y exclusión son condiciones de toda existencia social. 
Número variable de criterios de agrupación que le otorgan identidades específicas. 
Conciencia de las mismas, y en tal sentido tendrán expresiones singulares. 
Exclusión ni pertenencia; por tanto, no se expresa como identidad y no podemos propiamente hablar de ésta. 

1. Las identidades son atributos de todo ser social, de tal 

2. La identidad significa pertenencia, y por tanto exclusión, la 

3. Cualquier individuo, en cualquier cultura, participa de un 

4. La identidad o las identidades implican necesariamente 

5. En tanto no exista conciencia de identidad, no existe 

6. No debe confundirse por tanto, la identidad como fenómeno 

asumido, con las identidades que pueden surgir de criterios clasificatorios 

externos, particularmente, los que devienen de los denominados marcos 

teóricos. 


• Multiculturalidad 

En la actualidad se pueden tener diversas identidades de acuerdo con varios 

ámbitos socioculturales; de ahí que todo hombre o mujer puedan ser 

simultáneamente miembro de una familia, de una colonia, de una cuidad, de un 

estado, de un país, de una región, y ciudadano del mundo. Asimismo se puede 

pertenecer a las organizaciones laborales, políticas sociales, deportivas o 

culturales. Dentro de cada uno de estos ámbitos se pueden compartir usos y 

costumbres, creencias y valores que singularizan a la persona frente a otros 

grupos u organizaciones. 


Para concluir, cabe señalar que las culturas son capaces de generar un amplio 

sentido de pertenencia, lealtad e identidades. Se forma una identidad merced al 

grupo al cual se pertenece; todo ello da sentido a la vida, de tal manera que la 

identidad se determina a partir de una multiculturalidad en términos de: grupos 

étnicos, idiomas, religión. Ideología y creencias; en resumen, de valores que se 

comparten. 


• Globalización 


El término globalización significa tomado en conjunto; de ahí que al ser la 

identidad el resultado tanto de las experiencias históricas compartidas como los 

eventos que nos ponen en contacto con el otro, con otras culturas, con otras 

ideologías y con otras concepciones del mundo, podemos advertir como se van 

globalizando todas las culturas, particularmente las dominantes que penetran en 

nuestros hogares a través de los medios de comunicación. 


Así la comunicación global genera una paradoja, y paralelamente establece 

una identidad mundial por el reconocimiento de los valores universales y 

antivalores comerciales consumistas, que se basan en gran medida en la 

violencia y el sexo, fortalece la identidad local por oposición y como mecanismo 

de defensa (la resistencia de los mexicanos emigrados por ejemplo).




Elementos que conforman una cultura étnica, regional o nacional:

territorio, historia, lengua, tradiciones, costumbres y leyes. 

La cultura étnica se refiere a las agrupaciones naturales de hombres que 

presentan ciertas afinidades somáticas, lingüísticas o culturales. 



Los grupos étnicos poseen características comunes, en términos de raza, 
lenguaje, creencias y tradiciones culturales, en determinados casos también 
características físicas. 


 Al estudiar los diferentes grupos indígenas se debe considerar un elemento 

importante, el lenguaje, -que es un vehículo de expresión de la cultura a la vez que 

sirve como un factor de identidad étnica- , mediante cuyo estudio se puede 

demostrar que la relación entre grupos que hoy pueden aparecer como distintos 

tienen un origen común. El estudio indigenista se ha orientado a la vivienda y la 

vestimenta que es otro aspecto que ha merecido un estudio por regiones. 



Si se define la ciencia de la lingüística como el estudio de las lenguas naturales 

que existen y que permiten una convivencia, resulta obvia su importancia, ya que 

sin el conocimiento de las lenguas indígenas se pierde riqueza natural de una 

nación. 

LA MADUREZ COMO INTEGRACIÓN DE LA PERSONA. 


A modo de síntesis, parece conveniente hacer una descripción de qué entendemos por 

madurez y cuáles son las condiciones necesarias para alcanzarla: 

1) En primer lugar es obligado volver a señalar el carácter dinámico del concepto madurez, 

que ya no es entendido como un estado alcanzado en un momento de la vida (la edad 

adulta), sino como un proceso que se hace presente de formas distintas a lo largo de cada 

una de sus etapas.

 2) La madurez, así, es comprendida como el equilibrio alcanzado en cada momento de la 

existencia entre las distintas dimensiones de la personalidad (consciente e inconsciente, 

afectiva, racional, volitiva y social). Equilibrio siempre provisional e inestable. 

3) Este equilibrio no se efectúa únicamente entre las distintas dimensiones de la 

personalidad, sino que se genera en el diálogo y la comunicación con los otros, asumiendo 

adecuadamente los distintos papeles y roles que la persona se encuentra llamada a 

desempeñar; y en la superación de los retos que el ambiente y la sociedad le provocan y a 

los que tiene que dar respuesta. 

4) Estos retos sociales no son iguales en cada una de las edades de la vida, sino que existe 

una progresión, debida, de una parte, a las capacidades de la edad y, de otra, al contexto 

social en el que el sujeto se ve envuelto (clase social, cultura, etc).

 5) El logro del equilibrio y de la madurez tiene que ver no sólo con la autoestima, que se 

va consolidando en el sujeto a lo largo de su vida, sino con la visión que este tiene del 

mundo y de la sociedad que le rodea. O lo que es lo mismo, el logro de madurez está 

íntimamente emparentado con la salud psicológica. 

6) Finalmente, el logro de madurez en cada una de las etapas, tiene también un carácter 

dinámico, al ser motor de crecimiento y de cambio en la personalidad del sujeto, que se ve 

impulsado, desde lo que en cada momento es, a un proceso de crecimiento y 

enriquecimiento personal, que le permitirá enfrentar adecuadamente los nuevos retos 

que la vida le depare.

 Madurez humana y madurez religiosa

Una cuestión básica y fundamental para la tarea catequética es: ¿Qué relación existe, si es 

que existe alguna, entre madurez humana y madurez religiosa? ¿En qué sentido podemos 

extrapolar lo dicho hasta ahora sobre la madurez humana al ámbito del proceso de 

crecimiento en la fe, con todo lo que esto supone en el orden de la catequesis, del 

discernimiento vocacional, de los escrutinios para la admisión al bautismo de adultos, o la 

confirmación de los adolescentes, la concesión del bautismo de los niños en función de la 

fe de sus padres, etc? Este es uno de los temas cruciales de la psicología de la religión, en 

general, de la teología espiritual, y de la catequesis, que busca encontrar una comprensión 

adecuada del crecimiento y maduración de la fe. Las cuestiones que dependen de 

clarificar qué entendemos por madurez religiosa tienen consecuencias no sólo en el orden 

teórico, sino también, y muy importantes, en el orden práctico.

En primer lugar, y como punto de partida, es conveniente recordar el aforismo clásico de 

antropología teológica: «La gracia no suple a la naturaleza». La gloria de Dios es que el 

hombre viva, y que lo haga de una forma plenamente humana, desarrollando en plenitud 

todas sus potencialidades humanas, que le hacen ser a imagen del Creador (Gén 1,27), 

hombre nuevo a imagen de Cristo (Rom 8,29). Pero este crecimiento humano lleva 

emparejada la conciencia de la limitación humana, de la propia finitud, que abre al 

hombre a la búsqueda de la trascendencia, haciendo realidad las palabras de san Agustín: 

«No te buscaría si no te hubiera ya encontrado».

Ahora bien, en un mundo plural como en el que vivimos, de una parte, no han sido pocos 

los que han acusado a la religión, y en concreto al cristianismo, de alienar al hombre, de 

vaciar de humanidad su vida, hasta afirmar que para ser propiamente humano es 

necesaria la negación de Dios. De otra parte, no han sido pocas las voces que desde el 

cristianismo han acusado a los no creyentes de personas incompletas, inmaduras. Es 

necesario para la catequesis y para la teología en general, como indica el Vaticano II, abrir 

caminos de diálogo, que nos permita reconocer en todo hombre los rasgos de la presencia 

de Dios en sus vidas y, a la vez, caer en la cuenta de las inmadureces, las zonas oscuras, las 

insuficiencias que en todo hombre existen. En cualquier caso, el mensaje cristiano hace 

aportaciones a la madurez humana, y los datos de la psicología sobre madurez humana 

permiten descubrir algunos rasgos de insuficiencia en la forma de vivir la fe.

 Madurez religiosa (el encuentro con Dios)

Un cúmulo de experiencias humanas como la toma de conciencia de la propia finitud, el 

encuentro intersubjetivo del amor humano, el sentirse portador de vida y la alegría de la 

paternidad, la experiencia de dolor y frustración, la indignación y rebeldía ante la 

injusticia, la capacidad de extasiarse ante lo bello y hermoso de la vida son, 

probablemente, las que, de una forma u otra, nos abren a la búsqueda del sentido último 

de nuestras vidas y al encuentro con Dios; pero no todas ellas, ni la forma de vivir cada 

una, son igualmente maduradoras. Es relativamente frecuente que proyectemos sobre 

Dios, como hacemos en el resto de nuestras relaciones humanas, nuestras ansias de 

seguridad, nuestros miedos, nuestras frustraciones, nuestras ilusiones. Todo ello aboca a 

un proceso crítico de nuestra misma imagen de Dios, de purificación de los ídolos que 

diariamente nos creamos, o del proceso de idolatrización al que sometemos a Dios. Uno 

de los principales rasgos de madurez religiosa es la actitud de apertura ante el Misterio, 

de sana sospecha ante lo que de idolátrico pueda existir en nuestra relación con Dios; una 

vivencia de confianza y de docilidad ante Dios y su voluntad, que tienen como fruto una 

paz y seguridad profunda y una actitud de libertad y de riesgo ante todo lo que nos rodea. 

«No temas», «Nada te turbe». 

 Madurez cristiana

Esto que se puede decir de todas las confesiones religiosas, y que tiene en cada una de 

ellas sus propias connotaciones, en el cristianismo nos aboca directamente a la persona de 

Jesús.

A partir del misterio de la encarnación, Dios-con-nosotros, la persona de Jesús se 

convierte, para los creyentes, en referente último de nuestra humanidad. Él es el modelo, 

la meta, y el maestro de nuestra humanidad. Por medio de él se ha derramado sobre 

nosotros la gracia que nos permite no sólo reconciliarnos con Dios, sino con nuestra 

misma humanidad. Él, el Hombre nuevo, ha hecho de cada uno de nosotros hombres 

nuevos renacidos por el bautismo.

Esta recreación de nuestra humanidad no es considerada como un acto mágico, sino como 

una tarea continua de crecimiento. Como un proceso (Ef 4,13) en el que la gracia 

derramada en Cristo juega un papel, y la acción libre y voluntaria del hombre juega el suyo 

propio. Por eso Pablo invita a los cristianos a la aceptación de la gracia (Ef 4,17ss.) y a 

hacer crecer en cada uno las mismas actitudes de Cristo Jesús (Flp 2,5).

Todo esto es vivido y descrito por el Nuevo Testamento con las categorías de seguimiento 

de Jesús y de discipulado, que suponen un proceso en el que las etapas de llamada, 

seguimiento y envío subrayan y concretan los distintos momentos por los que pasa la 

madurez cristiana. 

Este proceso y sus etapas permiten señalar como aspectos de la madurez cristiana:

a) La toma de conciencia de sí mismo, de los valores y limitaciones de cada uno y del 

propio contexto social (los llamó por su nombre). La capacidad de apertura y escucha más 

allá de la misma realidad concreta. Y la capacidad de trascender para encontrarle a él, que 

nos llama en cada uno de los acontecimientos, situaciones y personas de la vida diaria. 

b) El crecimiento y la purificación en el área de los sentimientos y de las actitudes, 

poniéndolos en consonancia con los de Jesús. La articulación racional del mensaje en 

diálogo con el mundo que nos rodea (dar razón de vuestra esperanza). La comunión con 

los que forman el grupo de los discípulos, en un proceso de purificación y sanación de 

todo lo que hay de espurio en nuestras relaciones (envidias, celos...). Y la pasión por todos 

los hombres, como manifestación que son del rostro de Dios, pero especialmente por los 

más pequeños, por los más débiles, por los más pobres, como expresión del amor 

preferencial de Jesús. 

c) La conciencia de tener una misión, una tarea, un papel que realizar en la construcción 

del mundo, en el anuncio de una buena noticia, que se derrama como una gracia fraterna 

y salvadora. La conciencia de libertad, que es vivida como un riesgo ante la toma de 

decisiones, ante la apertura de caminos, ante la creación de situaciones nuevas en las que 

Dios pueda hacerse presente. El compromiso constante en la tarea, incluso con hombres 

de otros credos y de otras ideologías. El convencimiento de que todo, y especialmente la 


propia vida, tiene un sentido.

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